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ESCRITOS SOBRE ARTE

 

Cuanto más lamentable nos resulte aquello en que estamos convirtiendo la vida, más necesitaremos la belleza, conmovedora como una flor brotando entre la basura; no en sí misma, sino como síntoma de que el corazón del espíritu, en peligro de extinción, sigue latiendo.

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Muy al contrario de lo que se cree, el verdadero artista rara vez elige el asunto de su obra. El entusiasmo necesario para arrancar sólo es posible cuando la idea le resulta excitante, emocionante; por lo que, más que de elegirla, se trata de detectarla. Una vez precisada en el planteamiento inicial, el trabajo del artista consiste sobre todo en obedecer lo que la obra le manda y darle lo que le pide; para lo que resultan muy inadecuados los delirios de grandeza y los arrebatos de libertad.

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Lo que llamamos "estilo", la manera inconfundible de un artista, sólo aparece cuando deja de esforzarse en ser diferente a los demás de forma premeditada. Sólo rindiéndose a sí mismo encontrará su verdadera personalidad.

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Acceder a un universo consonante, discernir sus límites, sus leyes; moverse en él con naturalidad a pesar del riesgo constante de quedar fuera de él... Esto es lo difícil, lo que pocos logran. Conseguirlo supone una lenta y desesperante tarea a la que sólo algunos están dispuestos a entregarse. Y aún así, también hay algo de don, de gracia, de duende, sin los que todo esfuerzo puede acabar en nada.

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Hace tiempo que no pinto las cosas, sino la imagen o representación que en mi mente queda de ellas.


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Por encima de la fuerza de la originalidad, está la del acierto expresivo. La primera es circunstancial y caduca; la segunda permanece y es la esencia de toda manifestación artística. Aquél que la sacrifique está perdido.

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Cualquier indagación, cualquier innovación, resulta baldía si no termina en un hallazgo que conlleve un innegable reconocimiento. Esa obcecación por la búsqueda en sí de que es presa la mayoría de los artistas contemporáneos... ¡Cuánto bobo contento por la indeterminada expresión de un tono junto a otro, de una textura, una mancha, un garabato! ¡Cuántos exploradores de la gramática artística y qué pocos artistas!

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Quien piense que en pintura se hace lo que se quiere, se equivoca. Quien hace lo que quiere lo hará sin entusiasmo, sin sentirlo. Hay que acostumbrarse a no desear más que lo que se siente.

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El Renacimiento demostró que en arte es posible mirar veinte siglos atrás. Los conceptos "antiguo" y "moderno" son muy relativos, por no decir ridículos y mezquinos. Las margaritas que se han abierto esta mañana son idénticas a las de hace milenios... Las estrellas que puedo ver esta noche en el patio tienen millones de años... Sería estúpido considerar si son antiguas o modernas.

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Parto casi siempre en pos de una idea bastante inconcreta, cuando no del todo abstracta. Después hay un proceso, a veces muy penoso, hasta encontrar un pretexto figurativo que posibilite, desvirtuándola lo menos posible, el máximo acercamiento a la idea perseguida. Es algo así como dar con la metáfora más atinada, con la imagen más eficaz, cuando se escribe.Al final, si ha habido éxito, la idea estará expresada y todo el que se acerque se encontrará delante de algo tan concreto como un fruto; pero su forma, su color, su textura, harán posible a aquél que desea ir más allá recorrer el camino, desandarlo, para llegar al punto de partida. Igual que quien mira la fruta puede retroceder y pensar en las manos que la recolectaron, en el agua que el árbol transformó en savia viva, en el sol que doró su piel, o en la abeja que libó en la flor que fue... hasta llegar al punto de misterio que es la naturaleza.

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La inspiración existe, naturalmente. Ella es la que posibilita un trabajo lo suficientemente fluido como para que los resultados se den con la naturalidad con que existen las obras de la naturaleza... No es una musa. Es la capacidad para concentrarse y desbloquear la mente de interferencias hasta dejarla lúcida.

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Decimos de algo que es bello cuando reconocemos su bondad y nos atrae con una promesa: su proximidad nos haría más dichosos.

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Ir directamente a lo que se quiere decir, con naturalidad y sencillez; sin maneras. Decirlo lo mejor posible; sin estilos. Que no parezca arte, sino un fragmento de vida.

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En un buen cuadro lo valioso no es lo que hay pintado, sino lo que lo pintado suscita en aquél que lo contempla. Aquello que sin estar en la superficie sino de una manera latente, aflora cada vez que unos ojos sensibles se posan sobre ella.

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Los críticos de arte son los máximos exponentes de un fenómeno que resulta a veces asombroso: la de cosas ambiguamente positivas que pueden llegar a decirse de obras que son ostensiblemente insignificantes cuando no del todo inaceptables.

 

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La actitud del "yo no busco; encuentro" de Picasso es muy seguida por multitud de artistas que se enfrentan a la obra sin ideas - ni siquiera vagamente concretas - y cuyo bajo nivel de exigencias les hace saltar de contento ante el menor hallazgo. Lo que se encuentra casi siempre de esa forma suelen ser poco más que baratijas con escaso valor. No se trata tanto de buscar como de perseguir, ir detrás de la idea más o menos vaga que nos incita a comenzar la obra. No conformarse con el primer resultado si no es el pretendido. Seguir, perseguir, hasta llegar al logro.

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El valor de los griegos tal vez resida ahí: el alto nivel de realidad sin menoscabo de unos niveles de abstracción capaces de convertir algo tan aparentemente insignificante como un torso en un fragmento palpitante de universo.

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Todos los esfuerzos resultan baldíos si no hay una verdadera comprensión de las formas. Sólo la comprensión posibilita la capacidad de recrear con el énfasis y la contención adecuados a cada motivo. Énfasis y contención por los que se rige cualquier manifestación de la naturaleza.

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¿Por qué hay que aceptar que el arte debe ser una renovación y una revolución continua? Lo esencial en el arte es la consonancia entre motivo y forma. Si, sin traicionar jamás esta consonancia, se logra acceder a lo recóndito, a lo inédito, mejor. Pero ¡cuántas veces ésta persecución de la novedad por la novedad acaba en despropósito!

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Quien admira a alguien más que a su obra se está quedando sin duda en la superficie, porque lo que un gran hombre hace señala siempre más allá de él mismo. Cómo ha llegado a la situación en cierto modo privilegiada de poder indicar dónde está el tesoro, tiene cierto interés... pero, sin duda, lo admirable es el tesoro, ese esperanzador indicio de que el hombre es capaz de levantarse del lodazal de su indignidad y entregarse a la dura conquista del amor.

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Una característica esencial en un artista: la desazón, la inquietud, la profunda insatisfacción que le produce lo que hace mientras no lo lleva al límite de sus posibilidades.

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En arte, casi todos quieren hacer lo que no ha hecho nadie. Al artista se le mete eso en la cabeza y está siempre buscando y esperando la fórmula mágica, la piedra filosofal. Yo, a mi manera, también he pasado por eso. Pero es inútil. No es una manera, un estilo o una triquiñuela. Para el verdadero arte no hay otro camino que la propia emoción expresada con naturalidad y franqueza.

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Lo concreto y lo abstracto no se excluyen, se complementan en una imbricación infinita, en una unidad de la que no es posible extraer lo uno sin lesionar gravemente lo otro.

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"Arte contemporáneo". No acabo de entender esta expresión. Todo el arte es contemporáneo. Los que hacen la distinción entre arte del pasado - arte del presente no comprenden que, en esencia, el arte es eterno.

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Lo ambiguo e indeterminado en el arte es siempre detestable; es la esclusa por la que se cuela todo tipo de arbitrariedades y tonterías. Ser explícito, ¡qué difícil! Ser explícito y bueno, más difícil todavía.

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Lo que sea, como sea. Porque en el proceso, en la manera de suprimir, agregar, matizar, transitar, equilibrar, precisar, sugerir, relegar, resaltar... es donde radica en definitiva el verdadero logro, el auténtico valor de una obra. Es en cada uno y en la interacción de todos estos aspectos donde queda inscrito el espíritu del artista, que trasminará, como la ropa impregnada de perfume, el aroma insustituible de su yo más sincero.

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Hay algo ante lo cual el arte empieza a encogerse, a reducirse, a retroceder, a perder cuanto hay de falso en su desorbitada importancia: la inimitable, la insustituible existencia de un ser.

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Pasamos por una época en que occidente ha exaltado tanto el libre albedrío, la independencia, la propia voluntad, la falacia, en definitiva, de una LIBERTAD que en el fondo no existe, que el hombre en general y el artista particularmente, se niegan a asumir el papel de mero servidor y subordinado -casi de esclavo- que la obra, una vez comenzada , les exige. En la medida en que el artista sepa aportar a la obra lo que ésta le pide, relegando a un plano secundario su propia voluntad, logrará salvarla de la amenaza constante de fracaso; situándola, superados todos los escollos, en ese nivel desde el que pueda transmitir su significado sin interferencia alguna.

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La realidad, tal como se muestra a nuestros sentidos, no me interesa. Me interesa la evocación, la representación de la realidad, asimilada, digerida, comprendida.

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Cabría hablar de "mentalismo" para aquel arte que única y exclusivamente trabaja con las imágenes que dejan en la mente la percepción visual y la experiencia vital. Dotar de la mayor convicción posible a las imágenes extraídas de la mente, sometiéndolas al rigor de las leyes estructurales de la naturaleza, es hacer palpable, trayéndolo al plano de la realidad, un universo personal que logra así pasar de un estado amorfo y latente a otro claro, específico y determinado.

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La flor exhala su fragancia no para agradar al hombre, sino como parte esencial del mecanismo que perpetuará su especie.



Manuel Domínguez Guerra - 2009